Como las raíces del mangle que cubre sus orillas, el río Atrato divide su cauce ante su inminente encuentro con el Mar. El agua, que ahora construye una intrincada red de pequeños canales y grandes ciénagas, es el eje principal de la vida de quienes habitan el delta de este cuerpo fluvial. Impulsados por la corriente del río, los moradores de estos pueblos construyeron un imaginario con las mismas herramientas y materiales con los que edificaron su historia: un inquebrantable deseo de libertad y los fragmentos de las diversas culturas con las que entraron en contacto a lo largo de su proceso de esclavización. Muchas de sus expresiones, tanto ideológicas como materiales, escapan de las mismas cadenas que eludieron sus ancestros años atrás, de la imposición de un hábitat y un modelo cultural, para así ahondar en la diversidad de posibilidades que ofrece no sólo su característico entorno, también su merecida independencia.
La búsqueda por alejarse lo máximo posible de la hegemonía española los llevó a estas áreas remotas, inhabitables en mente de los colonos por sus condiciones particularmente extremas, tanto climáticas como topográficas. Esta indiscutible unicidad del Chocó es responsable de un altísimo índice de fauna y flora endémicas, cualidad que tiende también a reflejarse en la cultura de sus comunidades afrodescendientes. Gran parte de las manifestaciones de éstas últimas por simple lógica y consecuencia comparten su endemismo, sin importar su carácter o razón de ser. Entre ellas está la arquitectura palafítica, presente únicamente en regiones donde habitar supone retos de suma adversidad; ésta construye tierra sobre pilotes, identidad donde naturalmente sólo debió haber existido agua. El relato de estos pueblos entierra sus bases en el fondo del río, como las columnas que sostienen sus edificaciones; uno a uno, cuentos y troncos se fueron se fueron juntando para proveer los cimientos sobre los que se construyó una cultura.
La marea inunda periódicamente los pueblos, escondiendo los pilotes sobre los cuales se yerguen las casas, construyendo así la ilusión de asentamientos flotantes. De la misma forma que un cambio en el nivel del río es capaz de producir trampas visuales capaces de retar la naturaleza de la percepción, las fotografías que aquí se se presentan son capaces de tergiversar la realidad que retratan. La imagen se presenta como frontera entre dos perspectivas, límite que traza tanto el fotógrafo en su elaboración como el espectador en su contemplación. Para muchos la copia meticulosa de la realidad, de un contexto, se convierte entonces en la principal herramienta para la asunción de una posición neutral u objetiva. Aquí yace el verdadero peligro de la fotografía, en la aparente fidelidad de su registro, argumento que parece ignorar el sesgo impuesto por la mirada, de quien fuerza la perspectiva y quien la interpreta.
La exotización que fomenta la fotografía documental guarda poca relación con el contenido de la imagen, y termina por construirse a partir de la imposición de una perspectiva, una perspectiva ajena al mundo que retrata. Las problemáticas que circundan la práctica de la etnografía conciernen también al ejercicio fotográfico, la utilización de un sistema analítico foráneo para el estudio de comunidades locales termina por imposibilitar un entendimiento objetivo y coherente de las dinámicas sociales que pretende estudiar, propiciando la construcción de opiniones sesgadas por el bagaje contextual y cultural de quien realiza la investigación. La imagen, como medio objetivo de descripción se ve forzada a recurrir a medidas técnicas con el fin de obviar aquellos obstáculos que se presentan frente a una interpretación objetiva de la misma. En este caso se opta por enfatizar el carácter tipológico, no sólo de la arquitectura, también de quienes aparecen retratados. La reiteración de patrones formales en la fisonomía de los habitantes y el hábitat que construyen es el objeto de curiosidad de este ensayo; el sujeto se presenta entonces como la repetición misma, reivindicando el hallazgo y representación de un patrón como eje central de la indagación fotográfica.
La continua exclusión política y económica, a la que el Chocó se ha visto sujeta desde la conformación del estado Colombiano, fomentó en un inicio el desarrollo independiente de su sociedad, independiente de las tendencias culturales que regían la construcción ideológica de la capital y otros centros del país. La estructura centro-periferia es entonces análoga a la de espectador-sujeto que plantean las imágenes aquí expuestas, en ellas el contraste cultural se materializa en el interés que supone la realidad ajena y la asunción de una perspectiva frente a esta, capaz de exaltar aquellos rasgos distintivos, ajenos, por medio de los cuales la realidad se presenta como exótica. La imagen/ventana concilia dos realidades, deformando su esencia en el proceso y por ende evidenciando la imposibilidad de ambas de construir una visión objetiva de una realidad ajena, un afuera que jamás será adentro.